El libro ejerce un innegable efecto diván entre los acólitos porque permite conocernos mejor individual y colectivamente. Asume sin tapujos el frikismo demostrando que ser fan en algunos casos no es sinónimo de imbecilidad, exhibiendo con orgullo pasión, inteligencia y emoción, los excesos, la ternura, el humor o la autocrítica a partes iguales. Un libro que habla de cine y de literatura, pero también de padres y de hijos, de valores, de ética y compromiso, de amor y dolor y sobretodo, de rock and roll.
Y luego está ese tema del romance con Barcelona que se aborda sin chauvinismos. Los fans, que por fortuna no estamos cortados por el mismo molde, discrepamos razonablemente para acabar viendo la cosa como lo del vaso medio lleno o medio vacío. Como debe ser.
Sólo dos cosas ensombrecen un poco el placer casi extático que me ha producido su lectura. Por un lado la llamativa ausencia de algunos conocidos fans catalanes que me consta que no han faltado por despiste de los autores. Y por el otro, más ajeno al propio libro, el hecho de que por haber sido escrito en catalán haya provocado la consabida pataleta de los mismos a los que nunca se les ocurriría exigir a Bruce Springsteen que cantase en castellano.
